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1ª Pregunta: El miedo
del «para siempre»
Santidad, son muchos
los que hoy piensan que prometerse fidelidad para toda la vida sea una empresa
demasiado difícil; muchos sienten que el desafío de vivir juntos para siempre
es hermoso, fascinante, pero demasiado exigente, casi imposible. Le pedimos su
palabra que nos ilumine sobre esto.
Agradezco el
testimonio y la pregunta. Os explico: ellos me enviaron las preguntas con
antelación. Se comprende. Así, yo pude reflexionar y pensar una respuesta un
poco más sólida. Es importante preguntarse si es posible amarse «para siempre».
Ésta es una pregunta que debemos hacer: ¿es posible amarse «para siempre»?
Muchas personas hoy tienen miedo de hacer opciones definitivas. Un joven decía
a su obispo: «Yo quiero llegar a ser sacerdote, pero sólo por diez años». Tenía
miedo a una opción definitiva. Pero es un miedo general, propio de nuestra
cultura. Hacer opciones para toda la vida, parece imposible. Hoy todo cambia
rápidamente, nada dura largamente. Y esta mentalidad lleva a muchos que se
preparan para el matrimonio a decir: «estamos juntos hasta que dura el amor»,
¿y luego? Muchos saludos y nos vemos. Y así termina el matrimonio. ¿Pero qué
entendemos por «amor»? ¿Sólo un sentimiento, uno estado psicofísico? Cierto, si
es esto, no se puede construir sobre ello algo sólido. Pero si en cambio el
amor es una relación , entonces es una realidad que crece, y podemos incluso
decir, a modo de ejemplo, que se construye como una casa. Y la casa se construye
juntos, no solos. Construir significa aquí favorecer y ayudar el crecimiento.
Queridos novios, vosotros os estáis preparando para crecer juntos, construir
esta casa, vivir juntos para siempre. No queréis fundarla en la arena de los
sentimientos que van y vienen, sino en la roca del amor auténtico, el amor que
viene de Dios. La familia nace de este proyecto de amor que quiere crecer como
se construye una casa, que sea espacio de afecto, de ayuda, de esperanza, de
apoyo. Como el amor de Dios es estable y para siempre, así también el amor que
construye la familia queremos que sea estable y para siempre. Por favor, no
debemos dejarnos vencer por la «cultura de lo provisional». Esta cultura que
hoy nos invade a todos, esta cultura de lo provisional. ¡Esto no funciona! Por
lo tanto, ¿cómo se cura este miedo del «para siempre»? Se cura día a día,
encomendándose al Señor Jesús en una vida que se convierte en un camino
espiritual cotidiano, construido por pasos, pasos pequeños, pasos de
crecimiento común, construido con el compromiso de llegar a ser mujeres y
hombres maduros en la fe. Porque, queridos novios, el «para siempre» no es sólo
una cuestión de duración. Un matrimonio no se realiza sólo si dura, sino que es
importante su calidad. Estar juntos y saberse amar para siempre es el desafío
de los esposos cristianos. Me viene a la mente el milagro de la multiplicación
de los panes: también para vosotros el Señor puede multiplicar vuestro amor y
donarlo a vosotros fresco y bueno cada día. ¡Tiene una reserva infinita de ese
amor! Él os dona el amor que está en la base de vuestra unión y cada día lo
renueva, lo refuerza. Y lo hace aún más grande cuando la familia crece con los
hijos. En este camino es importante y necesaria la oración, siempre. Él para
ella, ella para él y los dos juntos. Pedid a Jesús que multiplique vuestro
amor. En la oración del Padrenuestro decimos: «Danos hoy nuestro pan de cada
día». Los esposos pueden aprender a rezar también así: «Señor, danos hoy
nuestro amor de cada día», porque el amor cotidiano de los esposos es el pan,
el verdadero pan del alma, el que les sostiene para seguir adelante. Y la
oración: ¿podemos ensayar para saber si sabemos recitarla? «Señor, danos hoy
nuestro amor de cada día». ¡Todos juntos! [novios: «Señor, danos hoy nuestro
amor de cada día»]. ¡Otra vez! [novios: «Señor, danos hoy nuestro amor de cada
día»]. Ésta es la oración de los novios y de los esposos. ¡Enséñanos a amarnos,
a querernos! Cuanto más os encomendéis a Él, tanto más vuestro amor será «para
siempre», capaz de renovarse, y vencerá toda dificultad. Esto pensé deciros,
respondiendo a vuestra pregunta. ¡Gracias!
2ª Pregunta: Vivir
juntos: el «estilo» de la vida matrimonial
Santidad, vivir juntos
todos los días es hermoso, da alegría, sostiene. Pero es un desafío que hay que
afrontar. Creemos que es necesario aprender a amarse. Hay un «estilo» de la
vida de la pareja, una espiritualidad de lo cotidiano que queremos aprender.
¿Puede ayudarnos en esto, Padre Santo?
Vivir juntos es un
arte, un camino paciente, hermoso y fascinante. No termina cuando os habéis
conquistado el uno al otro... Es más, es precisamente entonces cuando inicia.
Este camino de cada día tiene normas que se pueden resumir en estas tres
palabras que tú has dicho, palabras que ya he repetido muchas veces a las
familias, y que vosotros ya podéis aprender a usar entre vosotros: permiso, o
sea, «puedo», tú dijiste gracias, y perdón .
«¿Puedo, permiso?». Es
la petición gentil de poder entrar en la vida de otro con respeto y atención.
Es necesario aprender a preguntar: ¿puedo hacer esto? ¿Te gusta si hacemos así,
si tomamos esta iniciativa, si educamos así a los hijos? ¿Quieres que salgamos
esta noche?... En definitiva, pedir permiso significa saber entrar con cortesía
en la vida de los demás. Pero escuchad bien esto: saber entrar con cortesía en
la vida de los demás. Y no es fácil, no es fácil. A veces, en cambio, se usan
maneras un poco pesadas, como ciertas botas de montaña. El amor auténtico no se
impone con dureza y agresividad. En las Florecillas de san Francisco se
encuentra esta expresión: «Has de saber, hermano carísimo, que la cortesía es
una de las propiedades de Dios... la cortesía es hermana de la caridad, que
extingue el odio y fomenta el amor» (Cap. 37). Sí, la cortesía conserva el amor.
Y hoy en nuestras familias, en nuestro mundo, a menudo violento y arrogante,
hay necesidad de mucha más cortesía. Y esto puede comenzar en casa.
«Gracias» . Parece
fácil pronunciar esta palabra, pero sabemos que no es así. ¡Pero es importante!
La enseñamos a los niños, pero después la olvidamos. La gratitud es un
sentimiento importante: ¿recordáis el Evangelio de Lucas? Una anciana, una vez,
me decía en Buenos Aires: «la gratitud es una flor que crece en tierra noble».
Es necesaria la nobleza del alma para que crezca esta flor. ¿Recordáis el
Evangelio de Lucas? Jesús cura a diez enfermos de lepra y sólo uno regresa a
decir gracias a Jesús. Y el Señor dice: y los otros nueve, ¿dónde están? Esto
es válido también para nosotros: ¿sabemos agradecer? En vuestra relación, y
mañana en la vida matrimonial, es importante tener viva la conciencia de que la
otra persona es un don de Dios, y a los dones de Dios se dice ¡gracias!,
siempre se da gracias. Y con esta actitud interior decirse gracias mutuamente,
por cada cosa. No es una palabra gentil que se usa con los desconocidos, para
ser educados. Es necesario saber decirse gracias, para seguir adelante bien y
juntos en la vida matrimonial.
La tercera: «Perdón» .
En la vida cometemos muchos errores, muchas equivocaciones. Los cometemos
todos. Pero tal vez aquí hay alguien que jamás cometió un error. Levante la
mano si hay alguien allí, una persona que jamás cometió un error. Todos
cometemos errores. ¡Todos! Tal vez no hay un día en el que no cometemos algún
error. La Biblia dice que el más justo peca siete veces al día. Y así cometemos
errores... He aquí entonces la necesidad de usar esta sencilla palabra:
«perdón». En general, cada uno de nosotros es propenso a acusar al otro y a
justificarse a sí mismo. Esto comenzó con nuestro padre Adán, cuando Dios le
preguntó: «Adán ¿tú has comido de aquel fruto? ». «¿Yo? ¡No! Es ella quien me
lo dio». Acusar al otro para no decir «disculpa », «perdón». Es una historia
antigua. Es un instinto que está en el origen de muchos desastres. Aprendamos a
reconocer nuestros errores y a pedir perdón. «Perdona si hoy levanté la voz»;
«perdona si pasé sin saludar»; «perdona si llegué tarde», «si esta semana
estuve muy silencioso», «si hablé demasiado sin nunca escuchar»; «perdona si me
olvidé»; «perdona, estaba enfadado y me la tomé contigo». Podemos decir muchos
«perdón» al día. También así crece una familia cristiana. Todos sabemos que no
existe la familia perfecta, y tampoco el marido perfecto, o la esposa perfecta.
No hablemos de la suegra perfecta... Existimos nosotros, pecadores. Jesús, que
nos conoce bien, nos enseña un secreto: no acabar jamás una jornada sin pedirse
perdón, sin que la paz vuelva a nuestra casa, a nuestra familia. Es habitual
reñir entre esposos, porque siempre hay algo, hemos reñido. Tal vez os habéis
enfadado, tal vez voló un plato, pero por favor recordad esto: no terminar
jamás una jornada sin hacer las paces. ¡Jamás, jamás, jamás! Esto es un
secreto, un secreto para conservar el amor y para hacer las paces. No es necesario
hacer un bello discurso. A veces un gesto así y... se crea la paz. Jamás
acabar... porque si tú terminas el día sin hacer las paces, lo que tienes
dentro, al día siguiente está frío y duro y es más difícil hacer las paces.
Recordad bien: ¡no terminar jamás el día sin hacer las paces! Si aprendemos a
pedirnos perdón y a perdonarnos mutuamente, el matrimonio durará, irá adelante.
Cuando vienen a las audiencias o a misa aquí a Santa Marta los esposos ancianos
que celebran el 50° aniversario, les pregunto: «¿Quién soportó a quién?» ¡Es
hermoso esto! Todos se miran, me miran, y me dicen: «¡Los dos!» Y esto es
hermoso. Esto es un hermoso testimonio.
3ª Pregunta: El estilo
de la celebración del Matrimonio
Santidad, en estos
meses estamos haciendo muchos preparativos para nuestra boda. ¿Puede darnos
algún consejo para celebrar bien nuestro matrimonio?
Haced todo de modo que
sea una verdadera fiesta —porque el matrimonio es una fiesta—, una fiesta
cristiana, no una fiesta mundana. El motivo más profundo de la alegría de ese
día nos lo indica el Evangelio de Juan: ¿recordáis el milagro de las bodas de
Caná? A un cierto punto faltó el vino y la fiesta parecía arruinada. Imaginad
que termina la fiesta bebiendo té. No, no funciona. Sin vino no hay fiesta. Por
sugerencia de María, en ese momento Jesús se revela por primera vez y hace un
signo: transforma el agua en vino y, haciendo así, salva la fiesta de bodas. Lo
que sucedió en Caná hace dos mil años, sucede en realidad en cada fiesta de
bodas: lo que hará pleno y profundamente auténtico vuestro matrimonio será la
presencia del Señor que se revela y dona su gracia. Es su presencia la que
ofrece el «vino bueno», es Él el secreto de la alegría plena, la que calienta
verdaderamente el corazón. Es la presencia de Jesús en esa fiesta. Que sea una
hermosa fiesta, pero con Jesús. No con el espíritu del mundo, ¡no! Esto se
percibe, cuando el Señor está allí.
Al mismo tiempo, sin
embargo, es bueno que vuestro matrimonio sea sobrio y ponga de relieve lo que
es verdaderamente importante. Algunos están más preocupados por los signos
exteriores, por el banquete, las fotos, los vestidos y las flores... Son cosas
importantes en una fiesta, pero sólo si son capaces de indicar el verdadero
motivo de vuestra alegría: la bendición del Señor sobre vuestro amor. Haced lo
posible para que, como el vino de Caná, los signos exteriores de vuestra fiesta
revelen la presencia del Señor y os recuerden a vosotros y a todos los
presentes el origen y el motivo de vuestra alegría.
Pero hay algo que tú has
dicho y que quiero retomar al vuelo, porque no quiero dejarlo pasar. El
matrimonio es también un trabajo de todos los días, podría decir un trabajo
artesanal, un trabajo de orfebrería, porque el marido tiene la tarea de hacer
más mujer a su esposa y la esposa tiene la tarea de hacer más hombre a su
marido. Crecer también en humanidad, como hombre y como mujer. Y esto se hace
entre vosotros. Esto se llama crecer juntos. Esto no viene del aire. El Señor
lo bendice, pero viene de vuestras manos, de vuestras actitudes, del modo de
vivir, del modo de amaros. ¡Hacernos crecer! Siempre hacer lo posible para que
el otro crezca. Trabajar por ello. Y así, no lo sé, pienso en ti que un día
irás por las calles de tu pueblo y la gente dirá: «Mira aquella hermosa mujer,
¡qué fuerte!...». «Con el marido que tiene, se comprende». Y también a ti:
«Mira aquél, cómo es». «Con la esposa que tiene, se comprende». Es esto, llegar
a esto: hacernos crecer juntos, el uno al otro. Y los hijos tendrán esta
herencia de haber tenido un papá y una mamá que crecieron juntos, haciéndose
—el uno al otro— más hombre y más mujer.
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