Luz del Cielo. Alúmbrame, buen Jesús, con la claridad de tu lumbre interior, y quita de la morada de mi corazón toda tiniebla. Refrena mis muchas distracciones y quebranta las tentaciones que me hacen violencia. Pelea fuertemente por mí, y ahuyenta las malas bestias, que son los apetitos halagüeños, para que venga la paz con tu virtud y resuene la abundancia de tu alabanza en el santo palacio, esto es, en la conciencia limpia. Manda a los vientos y tempestades. Di al mar: Sosiégate; y al cierzo: No soples, y habrá gran bonanza.
El rocío de la gracia. Envía tu luz y tu verdad para que resplandezca sobre la tierra, porque soy tierra vana y vacía hasta que Tú me alumbres. Derrama de lo alto tu gracia; riega mi corazón con el rocío celestial; concédeme las aguas de la devoción, para sazonar la superficie de la tierra, porque produzca fruto bueno y perfecto. Levanta el ánimo oprimido con el peso de los pecados, y emplea todo mi deseo en las cosas del cielo, porque después de gustada la suavidad de la felicidad celestial me sea enfadoso pensar en lo terrestre.
Unión con Dios. Apártame y líbrame de la transitoria consolación de las criaturas, porque ninguna cosa criada basta para aquietar y consolar cumplidamente mi apetito. Úneme a Ti con el vínculo inseparable del amor, porque Tú solo bastas al que te ama, y sin Ti todas las cosas son despreciables.
La Imitación de Cristo (Kempis)
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