Las Lecturas de este Domingo
nos hablan principalmente de dos cosas: de la manifestación de Jesús como
fuente de luz y de salvación, y de la voluntad de los primeros discípulos.
Jesús es esa “gran
luz” que había sido anunciada por el Profeta Isaías así: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una
gran luz. Sobre los que vivían en tierra
de sombras, una luz resplandeció” (Is. 8,23/9-3).
El Evangelista San Mateo es uno de los discípulos escogidos
y se da cuenta de que esa profecía de Isaías que hemos leído en la Primera
Lectura (Is. 9, 1-4) se está
cumpliendo ante sus propios ojos. Por
eso, al comenzar a narrar en su Evangelio la vida pública del Señor, San Mateo
quiere comunicarnos esa buena nueva a todos: nos dice que Jesús es esa “gran luz” que había sido anunciada por el Profeta Isaías.
Pero ¿qué significará esto que dice el Profeta Isaías? En otro
tiempo el Señor humilló el país de Zabulón y el país de Neftalí; pero en el
futuro llenará de gloria el camino del mar, más allá del Jordán, en la región
de los paganos.
San Mateo nos especifica que Jesús dejó Nazaret y se fue a
vivir a Cafarnaún y precisa que esta ciudad quedaba justamente en el territorio
de las tribus de Zabulón y Neftalí, como para que sus lectores se den cuenta
que de veras se está cumpliendo en Jesús esta profecía de Isaías. El camino
del mar se refiere a una vereda natural que venía del Mediterráneo y pasaba
precisamente por el norte del Mar de Galilea, escenario del Evangelio de hoy,
donde eran pescadores algunos de los que Jesús escoge como Apóstoles.
En otro tiempo el
Señor humilló esa zona hace referencia a que sus habitantes habían sido
conquistados por Asiria siglos antes.
Tan grave era su situación que la zona era llamada Galilea de los paganos, pues estaban en gran oscuridad por
ignorancia religiosa, idolatría y otros pecados. Pero en
el futuro llenará de gloria el camino del mar porque precisamente allí
comenzará a brillar esa gran Luz que
es Jesucristo.
Es por ello que en el Salmo
26 hemos alabado a Jesús cantando: “El Señor es mi luz y mi salvación”. Y, siendo el Señor nuestra luz y
salvación, ¿a quién deberemos seguir? ¿En
quién nos deberemos apoyar?
En el
Salmo hemos orado respondiendo estas preguntas... Pero a veces no nos damos
cuenta de lo que decimos. Sabiendo que
Jesús es nuestra luz y nuestra salvación, a El debemos seguir. Y de esto se trata este Evangelio de hoy.
En efecto, San Mateo nos narra también la elección de los
primeros discípulos: Pedro, Andrés, Santiago y Juan. Pero tengamos en cuenta que el Señor nos
escoge y nos llama a todos para ser sus discípulos y seguidores. No sólo llama a los Sacerdotes y a las
Religiosas: el Señor nos llama a todos. Y el Señor llama de muchas maneras y en
diferentes circunstancias a lo largo de toda nuestra vida.
Sucede, sin embargo, que la voz del Señor es suave y la
llamada que hace a nuestra puerta es también suave. No nos obliga, no nos grita, ni tampoco tumba
nuestra puerta. El Señor es gentil. No nos doblega, ni nos amenaza. Pero siempre está allí, llamando a nuestra
puerta.
Somos
libres de abrirle o no. Somos libres de
responderle o no. La llamada es para
seguirle a El. Puede ser en la vida de
familia o en la vida religiosa o hasta solos en el celibato. Pero sea para una u otra cosa, siempre será
para “estar en el mundo sin ser del
mundo” (Jn. 15, 18 - 17, 14).
Esta frase del Señor es ¡tan poco comprendida y tan poco
practicada!
Hemos sido escogidos por El para seguirle. “Ven y
sígueme”, les dijo a sus primeros
discípulos. “Ven y sígueme”, nos dice
a cada uno de nosotros también.
Y seguirle a El
implica muchas veces ir contra la corriente, ir contra lo que el mundo nos
propone. Seguirle a El es ser como El y es
hacer como El. Y ¿qué hace Jesús? ¿Qué nos muestra Jesús con su vida aquí en la
tierra? Lo sabemos y El nos lo ha dicho:
“He bajado del Cielo no para hacer mi
propia voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado” (Jn. 6, 38).
Seguirlo a El es, entonces, buscar la Voluntad de
Dios y no la propia voluntad. Es
hacer lo que Dios quiere y no lo que yo quiero. Es ser como Dios quiere que sea y no como yo
quiero ser.
A veces creemos que por ser Católicos, bautizados, ya
tenemos asegurada la salvación. Ciertamente nuestro catolicismo significa que
tenemos a nuestra disposición todos los medios de salvación que nos llegan a
través de la Iglesia por Cristo fundada.
Pero no basta.
El
Señor tal vez podría decirnos como nos ha dicho en la Carta a los Hebreos: “Tengamos
cuidado, no sea que alguno se quede fuera.
Porque a nosotros también se nos ha anunciado ese mensaje de salvación,
lo mismo que a los israelitas en el desierto; pero a ellos no les sirvió de
nada oírlo, porque no lo recibieron con fe”
(Hb. 4, 1-2). Esta
advertencia se refiere a que, de los varones que salieron de Egipto, sólo Josué
y Caleb entraron a la Tierra Prometida.
No basta decir yo
tengo fe, yo creo en Dios. Esa fe
tiene consecuencias. Recibir el mensaje de Jesucristo con fe,
hoy, es seguirlo en el cumplimiento de la Voluntad de Dios. Tal
vez algunos que no han nacido y crecido como Católicos busquen la Voluntad de
Dios mejor que muchos de los que sí hemos tenido ese privilegio.
Pero, ¿cuál es la
Voluntad de Dios? Primeramente,
cumplir los mandamientos. Eso ya es
algo, pero aún no es toda la Voluntad de Dios.
Lo siguiente es aceptar lo que Dios permite para mi vida, sea lo que
sea: lo que me gusta y lo que no me
gusta. Y por último, hacer lo que creo
que Dios me pide.
¡Cuidado,
porque podríamos quedar fuera! ¡Cuidado
si no nos dejamos iluminar por esa “gran
luz” que es Jesucristo nuestro Señor!
¡Cuidado si no aceptamos su mensaje de salvación! Porque como hemos cantado en el Salmo: “El
Señor es mi luz y mi salvación. Lo único
que pido, lo único que busco es vivir en la casa del Señor toda mi vida”.
Y, para
vivir en la casa del Señor eternamente, es necesario comenzar a vivir en su
casa aquí en la tierra. Y eso significa
vivir en su Voluntad siempre y en todo momento.
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