El 8 de diciembre la Iglesia
celebra de manera especial la Solemnidad de la
Inmaculada Concepción. Es en el
Concilio de Basilea de 1439 donde se sugiere la
proclamación del dogma de la
Inmaculada; siendo el Papa Pío IX quien en 1854
proclama este dogma de fe de la
Inmaculada Concepción de María.
El Papa Benedicto XVI nos dice
al respecto: «… El fundamento bíblico de este
dogma se encuentra en las
palabras que el ángel dirigió a la joven de Nazaret:
“Alégrate, llena de gracia, el
Señor está contigo" (Lc 1, 28). "Llena de gracia" —en
el original griego
kecharitoméne— es el nombre más hermoso de María, un nombre
que le dio Dios mismo para
indicar que desde siempre y para siempre es la amada,
la elegida, la escogida para
acoger el don más precioso, Jesús, "el amor encarnado
de Dios" (Deus caritas
est, 12)..» (Benedicto XVI, Ángelus en la Solemnidad de la
Inmaculada Concepción, 8 de
diciembre de 2006).
Esta solemnidad al celebrarse
dentro del Tiempo de Adviento, se ha convertido en
un motivo de esperanza sólida
para toda la Iglesia cuando se está preparando para
recibir al que viene a
“bendecirnos con toda clase de bienes espirituales y
celestiales”. Por esto el
Adviento es el marco ideal a la solemnidad de María
Inmaculada. La humilde joven de
Nazaret, que con su sí al ángel cambió el rumbo
de la historia, fue preservada
de toda mancha de pecado desde su concepción.
La primera en beneficiarse de
la obra de salvación realizada por Cristo fue
precisamente ella, María de
Nazareth, elegida desde la eternidad para ser su
madre. Así el Papa Benedicto
XVI nos dice: «… la liturgia nos hace celebrar hoy,
cerca de la Navidad, la fiesta
solemne de la Inmaculada Concepción de María: el
misterio de la gracia de Dios
que envolvió desde el primer instante de su existencia a la criatura destinada
a convertirse en la Madre del Redentor, preservándola del
contagio del pecado original.
Al contemplarla, reconocemos la altura y la belleza del
proyecto de Dios para todo
hombre: ser santos e inmaculados en el amor (cf. Ef 1,
4), a imagen de nuestro
Creador…» (Benedicto XVI, Ángelus en la Solemnidad de la
Inmaculada Concepción, 8 de
diciembre de 2007).
La celebración de hoy tiene un
sentido de gran fiesta en la cual nos unimos a la
alabanza de María y se nos
invita a cantar al lado de ella gloria al Señor.
Celebramos que Dios precedió a
María en su vida, que la eligió antes de crear el
mundo, que ella fue objeto de
una “iniciativa suya”, por eso es llamada “...llena de
gracia...”. Esta gracia
concedida a María, también es la expresión de lo que Dios
hace con cada uno de nosotros,
que nos precede en el amor, que lleva la iniciativa
en nuestras vidas para ser “sus
hijos en la persona de Cristo”.
María agradó a Dios por su
humildad dócil: “...He aquí la esclava del Señor...”, con
estas mismas disposiciones
interiores, los creyentes estamos llamados a acoger la
voluntad divina en todas las
circunstancias de nuestras vidas. En este sentido, es
cuestión de dejarnos iluminar
por la palabra de Dios, como lo hizo María, dejar que
esa palabra penetre en el
centro de nuestra vida, en la oración con sinceridad y con
el corazón abierto.
La imagen de esta muchacha
humilde, preservada del pecado original, sierva en
quien se realiza la
intervención de Dios; desborda cualquier concepción de María,
ella es llamada de repente a
formar parte de la historia de la salvación de la
humanidad. Y es en esta
participación que encuentra el lugar de su fe, de su
fidelidad a la voluntad de
Dios: sabe decir sí, tiene el coraje de lanzarse en manos
de Dios, con la confianza del
que en El todo lo espera y cree: “... hágase en mí
según tu palabra...”.
ORACIÓN A LA INMACULADA CONCEPCIÓN
Oh Dios que por la Concepción
Inmaculada de la Virgen María
preparaste a tu Hijo una digna
morada,
y en previsión de la muerte de tu
Hijo
la preservaste de todo pecado,
concédenos por su intercesión
llegar a ti limpios de todas nuestras
culpas.
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