Hoy, Primer Domingo después del Nacimiento de Dios-hecho-Hombre,
celebramos la Fiesta de la Sagrada Familia.
Y en el Evangelio de hoy vemos a esta Familia en un trance muy
difícil. La narración simplificada de la
Huída a Egipto tal vez nos impide captar en toda su dimensión lo que debe haber
sido esta circunstancia para la Santísima Virgen y San José.
Nos dice el Evangelio (Mt. 2, 13-23) que, luego de la visita
de los Reyes Magos, “el Angel del Señor
se le apareció en sueños a José y le dijo:
Levántate, toma al Niño y a la Madre, y huye a Egipto. Quédate allá hasta que yo te avise, porque
Herodes va a buscar al Niño para matarlo”.
¡Qué fe y qué obediencia
la de San José! ¡Ni lo piensa! “Esa misma
noche”, nos dice el Evangelio, hizo lo que el Angel le había
indicado. No esperó. No titubeó.
No buscó excusas. Sencillamente
interrumpió el sueño, se levantó, y tomaron José y María camino hacia Egipto
con el Niño, en obediencia al mandato del Señor.
Comienzan, entonces,
nuevos imprevistos y dificultades para la Sagrada Familia. Esta orden del Señor significaba cruzar el
peligroso desierto para escapar a un país extraño y lejano. Cruzar el desierto significaba estar
expuestos a sed, hambre, riesgos, cansancio, etc. Irse a Egipto significaba un exilio en tierra
extranjera. Pero tanto la Virgen como
San José aceptaban con una fe indubitable los planes de Dios para con
ellos. Así como partieron para Belén
justo antes de María dar a luz, sin ningún temor, así como aceptaron tener como
aposento para ellos y para el “Rey de Reyes”, la humildísima Cueva de Belén,
así aceptan marcharse de allí a una tierra desconocida y lejana, sin saber
siquiera por cuánto tiempo sería ese exilio.
La Segunda Lectura de la
Carta de San Pablo a los Colosenses (Col. 3, 12-21) así como la Primera
tomada del Libro del Eclesiástico (Eclo.3, 3-7/14-17), nos dan pautas de
comportamiento en medio de la familia.
Sin embargo esas formas de comportarse en
familia que nos presentan estas Lecturas, no son posibles si no vivimos en una
continua búsqueda de la Voluntad de Dios.
Porque ... ¿cómo podemos ser como nos dice San Pablo: “compasivos, magnánimos, humildes, afables y
pacientes, soportándonos mutuamente y perdonándonos” si no vivimos en
Dios? ¿Cómo podemos llegar “a la perfecta unión” de que nos habla
San Pablo, si no dejamos que sea Dios Quien nos una?
Veamos, entonces, cómo
puede unirnos Dios en esa “perfecta
unión”. Dios puede unirnos así si buscamos y hacemos su Voluntad, si le
amamos a El sobre todas las cosas y dejamos que sea El Quien ame a través
nuestro. Así nuestro amor no será un
amor egoísta, sino que será el Amor de Dios en nosotros. Y ese Amor de Dios en nosotros poco a poco
nos va llevando a esa unión perfecta de la cual nos habla San Pablo en la
Segunda Lectura.
Sin embargo esto no es
posible si nosotros -que pertenecemos a una familia, bien como esposos, bien
como hijos, bien como hermanos- no vivimos atentos a cumplir la Voluntad de
Dios. Hacer la Voluntad de Dios es
dejar que El nos vaya transformando y nos vaya haciendo compasivos, magnánimos, humildes, afables, pacientes, capaces de
perdonar y de apoyarnos mutuamente. Entregados
cada uno a la Voluntad de Dios podremos amar con ese amor que une, ese amor que
une en forma perfecta, porque es el Amor de Dios viviendo en cada uno de
nosotros y en medio de cada familia.
Eso lo comprendió a
cabalidad la Sagrada Familia, el modelo de familia que Dios nos dejó. Ellos obedecían ciegamente la Voluntad del
Padre. Ellos respondían con prontitud a
la llamada del Señor. Ellos creían con
fe ciega en los planes del Señor para con ellos, por muy inconvenientes que
parecieran.
La Sagrada Familia tuvo
sus momentos muy difíciles. Este de la
Huída a Egipto no fue el único, ni el peor.
Pero todo lo entregaban al Padre y se ponían en manos de El, con una
confianza absoluta en su Voluntad.
Los momentos difíciles
vienen más tarde o más temprano, más frecuentes o menos frecuentes, para cada
familia o para cada uno en particular.
Pero, confiando en la Voluntad Divina, todo se hace posible y todo se
hace más fácil, porque todo está en manos del que nos guía. Y Ese que nos guía es el mismo que guió a la
Sagrada Familia por el desierto hacia Egipto, la acompañó durante el duro
exilio allí y luego la guió de vuelta a Nazaret. Ese es Dios Padre, que desea sólo nuestro
bien. Y nuestro bien personal y nuestro
bien familiar vienen de ir descubriendo y realizando la Voluntad Divina en
nuestras vidas.
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