viernes, 8 de noviembre de 2013

REFLEXIÓN DOMINGO XXXII

         ¿Pero tú crees en la resurrección después de la muerte? ¡Por supuesto! ¡Lo creo y no pierdo nada! Así de contundente, un sacerdote, contestaba en plena calle a una interpelación de un periodista en plena calle.
           
            1.Los saduceos, que no creían en la resurrección, se mofaban de ella y por añadido de los que profesaban esta creencia. Hoy, como entonces, también nos toca asistir constantemente a encuestas que nos dicen que un alto porcentaje de católicos no creen en la resurrección. A lo que, con el evangelio en la mano, habrá que responder: ni son católicos ni son cristianos. ¿Por qué? Porque el cristianismo se sustenta en esa verdad fundamental: la resurrección de Cristo y, con ella, la de cada uno de nosotros.
          Ser testigos de esta verdad es una misión que, aunque resulte difícil, se convierte en un signo de la fortaleza y vigorosidad de nuestra fe y, sobre todo, de nuestra fidelidad a Jesús.
Una vez celebrada la Festividad de Todos los Santos y de Todos los Difuntos, se nos impone una reflexión:
             -¿Valoramos y mantenemos vivo el recuerdo por nuestros difuntos?
             -¿Tratamos con respeto sus restos? Resulta llamativo, por lo menos en algunos lugares de España, cómo levantamos monumentos a mascotas y –en cambio- una vez incinerados los restos de nuestros seres queridos los dispersamos por montes, mares o jardines. ¿Es correcto? ¿Dónde queda entonces la memoria de nuestros difuntos? ¿Acaso nos estorban? ¿Tal vez nos incomoda el visitarles una vez al año? Algo, en este sentido, tiene que cambiar y a mejor.  Somos semillas de esperanza pero, esas semillas, ¿no deben de ser tratadas con mimo y depositadas en un lugar digno?
           
                2.Como cristianos, y al igual que aquellos niños macabeos, esperamos en Dios. Sabemos que, es mejor morir según Dios que atenazados por la frialdad y la incredulidad del mundo. No acompaña el ambiente ni, mucho menos, las ideologías que endiosan lo pragmático y ridiculizan hasta lo más santo.
Frente aquellos que sólo creen en lo que ven, nosotros –por la Palabra del Señor- y por su muerte y resurrección, creemos en lo que no vemos: ¡resucitaremos!
Un profesor, ante una pregunta de un alumno sobre este tema, le respondió: “mira; si hay algo es mucho lo que gano…y si no hay nada (cosa que no creo) no perderé mucho menos que tú y, además, habré vivido con esperanza”.
          Vale la pena, amigos, creer y fiarnos de las palabras del Señor. Vale la pena sufrir calumnias y burlas, incomprensiones o sonrisas malévolas cuando sabemos que, después del sufrimiento y de la prueba, han de quedan en evidencia aquellos que vivieron sin Dios y, por el contrario, hemos de disfrutar de una vida eterna con el Señor aquellos que creemos profundamente en El.
                



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