Si
algo necesitamos en este tiempo histórico es un poco de esperanza. Es lo que, la Iglesia, podemos y debemos ofrecer. Y, esa
esperanza, no de bajo precio. Mucho menos se consigue o se alcanza en los
escaparates que nos rodean. Nuestra esperanza tiene un nombre y un centro:
Jesús. El ADVIENTO nos incita a la espera. A levantar el ánimo y
la cabeza. En definitiva, el Adviento, nos recuerda que –aun teniendo los pies
en la tierra- hemos de prepararnos a la venida del Señor que viene del cielo.
1.¿Qué nos puede ocurrir a la hora de
situarnos ante al Adviento?
Primero: que lo vivamos rutinariamente.
Sin más trascendencia que el esperar a unas fiestas que pueden resultar
agobiantes, machaconas, banales y hasta estériles. Ello nos llevará, no
solamente a tener unas almas a la intemperie sino, además, a la cruda realidad
de unos bolsillos vacíos.
· ¿Queremos esta falsa esperanza? Me imagino que no.
· ¿Queremos una cesta de la compra llena o un corazón colmado de
Dios? Bonita frase la de Papa Francisco en la clausura del Año de la Fe: “hay que colocar en el centro, de nuevo, a
Cristo”. Y, para ello, habrá que barrer todo aquello que nos produce
desasosiego.
Segundo: podemos entender estas semanas de adviento, como el pregón de unos
días en los que, las tradiciones o el folklore, juegan un papel importante en
muchos lugares de nuestro orbe cristiano, pero sin más consecuencia u objetivo
que el mantener algo que, hace tiempo, dejó de tener vigencia. El adviento, y no lo
olvidemos, tiene un gran calado: prepararnos al acontecimiento del amor de Dios
en Belén.
Y
tercero: adentrarnos en el Adviento es
desear a voz en grito, que Dios descienda a la tierra. Es querer una realidad
distinta a la que nos toca vivir. Es añorar para nuestro mundo una mano que
enderece lo torcido. Es mirar hacia el cielo pidiendo a Dios que se manifieste
en medio de nosotros. ¡Este es el momento que tenemos que vivir! El Año de la
Fe nos ha tenido que dejar una cosa muy clara: los cristianos cimentados en
Cristo hemos de ser esperanza allá donde nos encontremos.
2. Hoy,
como en los tiempos de Jesús, la fe, estos tiempos “mesiánicos” en los que
vivimos, necesitan gente audaz y despierta. Hay una muchedumbre atontada por el
cloroformo de lo inmediato; por la anestesia de la apariencia, del “san
comercio”, del “san consumo” o del “san bebercio”.
· ¿Dónde estamos nosotros?
· ¿Cómo nos vamos a preparar
a la llegada del Señor?
Pronto, los Obispos y algunos medios de comunicación social (estos últimos muy interesados por cierto)
nos recordarán que las Navidades están secularizadas; que la gente vive esos
días con puro afán consumista; que hemos perdido el sentido más profundo y
genuino de la Navidad.
No seamos tan pesimistas.
Hay muchísima gente; miles
de familias, millones de hombres y de mujeres –en España y en el mundo entero-
que son (somos) personas con esperanza. Que
apetecen encontrarse a Jesús en el camino de sus vidas. Mejor dicho: el
encontrarse con Cristo ha sido la mejor noticia y el mejor regalo de toda su
existencia.
Por ello, aunque no nos falten preocupaciones; aunque asome el
maligno en forma de tentación y de abandono; aunque la fe –en algunos hermanos
nuestros haya perdido vigor- nosotros
estamos llamados a vivir este momento de fe y de gracia, de espera y de
oración, de vigilancia y de despertar.
Estamos en Adviento, amigos, y hay que recobrar el ánimo perdido. Un cristiano sin esperanza es como una
habitación sin luz; como un paisaje
sin horizonte; como un cielo sin estrellas. Como una Navidad, con muchas luces, pero artificial. Y, esto,
no es poesía. ¡Es que es verdad! Tal vez es necesario menos luces fuera…y más
luz divina dentro.
El
presente que vivimos necesita de rostros iluminados por la alegría de creer.
¡Más vale un cristiano contento que mil indicaciones para que la
gente se acerque al Señor!
¡Más vale un cristiano aventurero, entusiasta y buscador de Dios
que un cúmulo de preceptos que, de entrada, serán más obstáculo que trampolín
para zambullirse en el corazón de Cristo!
¡Dios viene! Y, eso, es lo sustancial.
Pongamos en la mesilla de nuestra casa el “despertador”. Que cuando venga, nos
encuentre preparados.
¡Dios viene! Que nos encuentre, por lo
menos, esperándole, evocándole y –sobre todo- dando testimonio de su presencia.
Hagamos ambiente cristiano allá donde estemos.
¡Qué momento! ¡Pero que momento nos espera por vivir! ¡Dios viene…y además
pequeño!
¿Queremos vivirlo así?
No hay comentarios:
Publicar un comentario