domingo, 3 de noviembre de 2013




REFLEXIÓN DE LA PALABRA DE DIOS DOMINGO XXXI TO CICLO C

La Primera Lectura de este domingo está tomada del Libro de la Sabiduría. Es un libro del Antiguo Testamento, pero escrito en una época ya muy cercana a la de Cristo. Todavía no ha llegado la plenitud de la
revelación, pero hay afirmaciones que están ya muy cerca.
Dios es amigo de la vida. El razonamiento es muy sencillo. Dios ama todo lo que existe. Él lo ha creado, Él lo mantiene en el ser. Si no quisiera algo simplemente no lo habría creado, o lo habría hecho desaparecer hace ya tiempo. Así que todo proviene de Dios, todo es bueno. La naturaleza, la música, el arte, el pensamiento, el deporte, todo. Es cierto que las acciones humanas están marcadas por la huella del pecado que el hombre ha colocado en cada una de ellas. Pero eso no quita para que todo sea bueno.
 Y esto vale también para las personas. Dios quiere a todos, por eso nos ha creado, porque nos quiere. Uno a uno, a todos, quiere que existamos, nos ha hecho de un modo concreto, con un carácter propio. Y como nos ha hecho, nos quiere, quiere nuestro bien. Aunque eso se haga de esperar. Por eso, junto con su bondad infinita está su paciencia y su misericordia. Te compadeces de todos porque todo lo puedes. Las personas grandes son misericordiosas y pacientes. Aquellos que tienen una personalidad raquítica no saben perdonar a los demás. En cierto modo son conscientes de su propia debilidad, aunque sean incapaces de confesarla en público, y por ello necesitan condenar los defectos de los demás, para que no se fijen en ellos.
Eso también nos pasa a nosotros. Cuando juzgas a los demás estás demostrando tu poca valía. Las personas de alma grande saben esperar y disculpar. Y en eso Dios nos da ejemplo cada día.
Por eso para Dios no hay descartes, por hablar con el lenguaje del Santo Padre Francisco. No hay nadie que sobre, o que ya esté condenado para todos los siempres. Amas a todos, también a ese que la sociedad ha colocado al margen como un perdido. Un drogadicto, un ludópata, un enfermo irreversible, un niño que todavía no ha nacido. Todos tienen, ante Dios un valor infinito

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