Jesús está entrando en la noche. Necesita orar, pero angustiosamente, como un naufrago que se ahoga. Jesús tiene que orar porque se hunde, se le desestabiliza todo, se le oscurece todo. Y le sale del alma un grito desesperado: ¡Padre!. Grita al Padre por espacio de tres horas, grita con poderoso clamor y lágrimas de sangre al que podía salvarle de la muerte.
Es una oración dramática porque en este momento Cristo se lo está jugando todo: el no o el sí, la vida o la muerte, su vida o la de los demás, su voluntad o la del Padre.
LA TRISTEZA Y EL MIEDO
Le invadían a Jesús tinieblas mortales: “Mi alma está triste hasta el punto de morir”. Se encuentra es una situación de tristeza y angustia, de terror y depresión.
Otra dificultad acumulada es la soledad. Por dos veces fue Jesús donde estaban sus discípulos mendigando alguna ayuda y, siempre dormidos, no sabían que contestarle ni cómo ayudarle. Jesús se encuentra terriblemente sólo. Suele ser así, las opciones definitivas se toman a solas. Las crisis importantes se pasan a solas. La vida y la muerte se juegan en soledad.
Pero su miedo y su angustia eran distintos a nuestro miedo y angustia, el suyo estaba empapado de confianza. Toda su vida fue un acto de confianza en las manos de Dios, porque así nos lo enseñó: “Si Dios se ocupa de los pájaros y de las plantas, ¿cómo no se va a ocupar de vosotros?
LA ENTREGA
Ahora Jesús quiere preparar a sus discípulos para el momento, porque ellos no se habían preparado. No supieron estar a la altura de la hora que vivía. Es un contraste casi ridículo ver a Jesús en su agonía y los amigos tan cerca, durmiendo, casi como nosotros. Fue Jesús por tercera vez y les dijo con ironía: “Ya podéis seguir durmiendo. Habéis dejado pasar el momento oportuno, cuando yo os necesitaba. Ya no importa, seguid durmiendo”.
Es una llamada de atención al sentido de oportunidad. Llegamos tarde tantas veces. En relación con los pobres, llegamos siempre tarde. Cuando queremos construir la paz, llegamos siempre tarde. Y cuando queremos consolar al afligido, llegamos siempre tarde. Pasamos gran parte de nuestra vida dormidos, distraídos, alienados, atontados. Y Jesús nos grita: “Basta ya, la vida no es para dormirla, sino para entregarla”.
LA TRAICIÓN
Judas no solo actuaba en la noche, era la noche. A su paso oscurecía, dejaba un reguero de tinieblas. Llevaban linternas y antorchas pero era inútil, Judas absorbía toda la luz, como si de un agujero negro se tratara. Pero le sigue llamando amigo. Es una de las palabras más hermosas que tenemos, Jesús la pronunció varias veces, porque tenía amigos. Aquella misma tarde la había repetido a los discípulos en un momento de máxima intensidad: “Vosotros sois mis amigos… os he llamado amigos”. Y la palabra de Jesús se cumplía, porque los discípulos, sintiéndose tan amados, respondían con amor en la medida de sus fuerzas.
Jesús sigue repitiendo a Judas, a todos los que le traicionan estas palabras: “Amigo, amigo”. Está llamando a la puerta con el batiente de su amistad. ¿Cuándo me decidiré a abrirle? ¿Lo dejamos todavía para mañana?
ORACIÓN FINAL
Señor, haznos hombres y mujeres luchadores por la libertad, capaces de resistir la tentación de buscar la felicidad externa. Haznos inconformistas con el error, la injusticia y el odio, insatisfechos con la farsa del mundo, pero con el deseo de trabajar con amor por mejorarlos. Haznos valientes para decir no al egoísmo, no a la discordia, no a la esperanza, no al odio y a la violencia, no a los caminos sin Dios, no a la irresponsabilidad, no a la mediocridad. Haznos fuertes para decir sí a Dios y a la fe y al compromiso, sí al respeto, a la dignidad, la libertad y los derechos de la persona, sí a la fraternidad, sí a la justicia, al amor, a la paz, sí a la solidaridad con todos especialmente con lo más necesitados. Haznos libres con tú Señor.
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