Durante un viaje en avión, una azafata, con mucha amabilidad, me invitó a pasar a la cabina del piloto. Al entrar en ella, enseguida me impresionó el magnífico panorama completamente despejado que se podía observar a través del cristal.
Pero no fue el panorama lo que más mella hizo en mi espíritu. Fue más bien una somera explicación del piloto sobre lo que es importante para conducir un avión. Me dijo que para hacer un viaje directo y seguro era necesario, ante todo, fijar la brújula hacia el punto de llegada. Y después, a lo largo del trayecto, había que vigilar que el avión no se desviara nunca de la ruta establecida.
Al escuchar la explicación, surgió inmediatamente en mi espíritu un paralelismo entre lo que es un viaje en avión por este mundo y lo que es el viaje de la vida. Me pareció comprender que también para esto era necesario fijar desde la salida la ruta con precisión, el camino de nuestra alma, que es Jesús abandonado. Después, a lo largo de todo el trayecto, hacer sólo una cosa: permanecerle fiel.
Sí, el camino al que Dios nos llama a todos nosotros es sólo éste: amar siempre a Jesús abandonado.
Esto significa abrazar todos los dolores de nuestra existencia. Significa amar, sometiendo siempre nuestra voluntad a la suya, “haciendo morir” la nuestra para dejar vivir la suya. Amar a Jesús abandonado significa conocer la caridad, saber cómo se hace para amar al prójimo como hizo Él, hasta el abandono. Amar a Jesús abandonado significa poner en práctica todas las virtudes, que en aquel momento Él vivió, evidentemente, de modo heroico…
… Si el piloto, según observé, se movía con libertad, sin usar riendas, ni volante, así también nosotros, si orientamos la aguja de nuestra brújula espieritual hacia Jesús abandonado, no tendremos necesidad de otras cosas para llegar seguros a la meta.
Y del mismo modo que en el viaje en avión no existen las sorpresas de las curvas porque se viaja en línea recta, ni se conocen las montañas porque te sitúas inmediatamente a gran altura, también en nuestro viaje, con el amor a Jesús abandonado nos situamos rápidamente en lo alto; no nos asustan los imprevistos, ni sentimos tanto los esfuerzos de las subidas, porque por Él, sorpresas, fatigas y sufrimientos están ya todos previstos y esperados.
fijemos, por tanto, la brújula en Jesús abandonado y permanezcámosle fieles.
Si hacemos el viaje de la vida acompañados por Jesús abandonado podremos repetir al final, también nosotros, la famosa frase de santa Clara: “Ve segura, alma mía, porque un buen compañero llevas en tu camino; ve, porque Aquel que te creó siempre te ha mirado y te ha santificado”.
Chiara Lubich
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